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Enemigos

February 7, 2022 - por

Enemigos

CIUDAD DE MEXICO

Hay que aprenderle muchas cosas a Carmen Aristegui. Sobre todo en aquello de escoger con precisión sus batallas. Carga rifle de francotirador, no escopeta de caza. El Presidente se ha lanzado muchas veces contra distintos medios y periodistas en particular, pero ella no se mete a todas esas. Cuando Andrés Manuel López Obrador acusó a SinEmbargo de ser “de esos medios” que recibían millones de Enrique Peña Nieto, yo brinqué de mi silla porque se trataba de una mentira. Ella se guardó, con prudencia. Y en general, creo, Carmen no se mete en temas donde es el Presidente contra alguien del gremio en particular. Ella y muchos sabemos que los ecosistemas de la política y los periodistas son muy complejos y aún con los datos en la mano quizás no logres entender de qué van.

Mi texto, entonces, no pretende entender a Aristegui y a López Obrador en este nuevo episodio común. Llevan una relación de muchos años y me trasciende y para terminar pronto: ni siquiera conozco los detalles. Es la relación de la periodista y el político. Si quisieran resolver, resolverán. Si quieren mantenerse lejos, lo harán. Y si ambos sacan su agenda para buscar a una persona de buena voluntad que les sirva de referí encontrarán casi las mismas: comparten más amigos y cercanos que los que compartimos los demás. Es decir: son más cercanos de lo que incluso ellos mismos aparentan en este momento.

Al tiempo que reconozco a Carmen porque se ha enfrentado a los más intolerantes de los tiempos modernos (según yo), de Felipe Calderón a Peña Nieto y de Luis Videgaray a Javier Lozano y un etcétera infinito, acepto el arrojo del Presidente, que viene de su diseño personal, contra un establishment hipócrita. Nunca voy a negarle a López Obrador que le enseñó a las mayorías a desconfiar de quienes les hablan. Y aunque él podría ser muy asertivo o tener un juicio nublado, no importa: despertó en los ciudadanos un deseo por saber quiénes son los que manejan ciertas agendas y no creerse lo que dicen sólo porque se ponen el sombrerito de, por ejemplo, “sociedad civil”.

Allí coloco a una Isabel Miranda de Wallace o a una María Elena Morera, que son muy obvias; pero también a un Emilio Álvarez Icaza o a una María Amparo Casar. Han pasado por “luchadores sociales”, pero son ciudadanos con agenda política, que usan la agenda social o la de “académicos” para darse empaque. Y esa lista es infinita, carajo, no tienen idea. Es de lo que más sobra en los últimos años: gente que se vende como autoridad civil y que tuvo la tripa pegada al ogro filantrópico durante años.

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La semana pasada escribí que aquél “pasquín inmundo” de López Obrador debió ser un último recurso contra el periódico Reforma. Poco después lanzó un rosario de adjetivos contra Carlos Loret de Mola y para cerrar semana se fue contra Carmen Aristegui. A Loret lo acusó de corrupto y yo pregunté por qué no está detenido si el Presidente sabe que es corrupto. Aunque Loret lo es para los seguidores del izquierdista, no debemos obviar que quien acusa, así sea el Presidente, tiene que probarlo. Para eso tenemos Leyes.

Es lo mismo que dije sobre los dos reportajes que encendieron a López Obrador: El de Andy y la fábrica de chocolates, y la renta de un caserón en Houston. Dije que les faltó un editor despolitizado que los viera sin pasión y que quizás ese editor los habría regresado a campo y quizás ese editor le habría pedido a los reporteros que se esperaran a probar el punto, es decir, a obtener pruebas de que los hijos del Presidente son corruptos. Porque los textos, los dos, no lo prueban. Hacen como que prueban algo, pero no lo prueban. Y eso es sumamente peligroso y claro, enciende la ira de cualquier padre; son sus hijos, faltaba más.

Y aquí es donde entiendo al padre, pero no justifico al Presidente. Entiendo que el padre se encienda en ira (y creo que Brozo y Loret deben disfrutar horrores esos momentos), pero no justifico que quien trae la investidura más notable de la República se rebaje a estallar en público. Ya lo dije: no me gusta ese Presidente. No me gusta que estalle. Puede hacerlo y de hecho lo hace, pero también tengo derecho a decir que pierde cuando dispara con ira. Es un disparo de escopeta de caza, no de francotirador. Y sobre todo, me parece, pierde energía y tiempo.

Un Presidente honesto, creo yo, siempre debe tener la pistola cargada y humeando contra sus enemigos que son, a la vez, enemigos de la República. Pero no debe olvidar quiénes son esos enemigos porque un tiro en falso, cuando se tiene ese nivel de representación, es un tiro contra sí mismo.

Los enemigos de un Presidente, simplificados, son el hambre, la pobreza, la desigualdad, las enfermedades, la ignorancia. Y cada batalla que da por otros lados la pierde en ese frente. El hambre, la pobreza, la desigualdad, las enfermedades, la ignorancia y agrego: la corrupción y la cultura de los privilegios. Esos son los enemigos de un individuo cualquiera que sea sensible (sea periodista, político, carnicero u oficinista) y no debe perder tiempo en otra cosa.

*Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx