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AMLO y el Metro: entre la justicia y la grilla

May 9, 2021 - por

AMLO y el Metro: entre la justicia y la grilla

“¿Aflorará el líder que quiere ser recordado como un buen Presidente o dominará el hombre de poder concentrado en la discordia del día?”

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Fallaron todos los instintos políticos del Presidente. Toma aérea de la zona que abarca el colapso del Metro de la Línea 12. Foto: Mario Jasso, Cuartoscuro.

CIUDAD DE MEXICO

La primera reacción del Presidente con respecto a la tragedia de la Línea 12 del Metro no fue la de un humanista o un estadista, sino la de un actor político. En la Mañanera del día siguiente apenas dedicó unas palabras a los caídos y al dolor de sus familias; y no se pretende que fuera a tomarse la foto como ha dicho él, sino hacerse presente para ver de qué manera su Gobierno podría echar la mano a las víctimas de esta desgracia. Se llama solidaridad y su presencia habría significado mucho para los que en ese momento sienten que les ha caído el mundo encima. La noción de pueblo tendría que ser algo más que un coro de aplausos a mítines y giras; el verdadero amor al pueblo tendría que expresarse en momentos de sufrimiento y necesidad como este.

Tampoco abordó en calidad de jefe último de la administración pública ideas para intentar subsanar esas tragedias en el futuro o al menos para dar alguna certidumbre a los muchos que están obligados a tomar el Metro a partir del día siguiente. Lo que sí hizo fue dar un espaldarazo inmediato y sumario, antes de cualquier intento de investigación, a sus dos alfiles, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, involucrados políticamente en el accidente, como si su lealtad fuese con sus funcionarios y no con los ciudadanos afectados. La mañana siguiente a la tragedia la mayor parte de su reacción fue dedicada a denostar a la prensa que había acudido al lugar y a cuestionar las motivaciones de los medios para divulgar ruidosamente la noticia. Lo dicho, la reacción fue esencialmente la de un actor político y, lamento decirlo, la de un mal actor político. Ni siquiera cuando llegaron las condolencias de mandatarios como Biden y Putin que la consideraban una tragedia mundial, el Presidente pareció percibir la magnitud de la desgracia, y seguía enganchado con el festín que se estaba dando la prensa que le es adversa. A mi juicio fallaron todos los instintos políticos del Presidente y, sobre todo, se ausentaron principios elementales de solidaridad y responsabilidad de alguien que ha dedicado la vida a predicar a favor de los desvalidos.

Me parece que las heridas que deja la lucha en las trincheras en las que se ha metido el Presidente a fuerza de enzarzarse en batallas verbales enconadas e interminables todos y cada uno de los días, se están llevando una parte sustancial del humanista que anida en él. Y el tiempo y energía que dedica a esta pelea de perros y gatos, en la que Mexicanos Contra la Corrupción o el Reforma son más importantes que los problemas nacionales, están extraviando al estadista que podría haber surgido y consumiendo las posibilidades que ofrecía un sexenio en el poder a un proyecto social esperanzador.

Claudia Sheinbaum ha prometido una investigación profunda, honesta e independiente, con participación de firmas especializadas del extranjero. Ojalá así sea. El tema es qué va hacerse con los resultados de esa investigación, asumiendo que en verdad sea imparcial y profesional.

Por lo pronto, la pregunta que todo el medio político hace es cuál de los dos posibles delfines resultará más dañado tras el dictamen que arroje tal investigación y las consecuencias que ello puede acarrear en la disputa por la sucesión presidencial. En ese sentido, me parece que habrá, en realidad, tres dictámenes: uno oficial, y dos extraoficiales tanto o más importantes que el primero, aunque deriven de él.

El primero es el de la propia comisión investigadora; dependiendo que enfatice problemas en la construcción del Metro o en las partidas de mantenimiento, resultará más afectado Marcelo Ebrard o Claudia Sheinbaum.

El segundo “dictamen” es el impacto que alcance en la opinión pública. La política es en última instancia un asunto de percepciones, y esta depende en buena medida de la manipulación de los propios actores sociales.

Pero el efecto real, en última instancia, está en función del tercer “dictamen”: el de López Obrador. Más allá de la comisión investigadora, del Presidente depende la voluntad política para que lo que resuelva esa comisión entrañe un acto de justicia o, por el contrario, se convierta simplemente en un escenario más de confrontación con sus adversarios.

No se trata de buscar chivos expiatorios y hacer rodar cabezas simplemente para satisfacer a las graderías, pero tampoco de lo contrario, asumir una tragedia como un incidente más en el largo rosario de encontronazos de las dos fuerzas que se disputan una idea de nación. Recordemos que no se trata de un desastre natural, sino de una tragedia que por desgracia debe ser atribuida a la negligencia o a la corrupción, y que la muerte de 25 de personas, hasta ahora, la convierten en un acto de consecuencias potencialmente criminales. A mi juicio Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum son los dos funcionarios más solventes del obradorismo por su experiencia y capacidad profesional. Y también hay que decir que, a diferencia de su jefe, ambos han reaccionado dando la cara y haciéndose cargo de la dimensión del accidente. Pero también es cierto que hay miembros de su equipo que probablemente incurrieron en errores de una índole u otra con un desenlace trágico.

Hasta ahora la reacción del Presidente sobre este tema, como el de muchos otros recientemente, ha sido la de un líder de una facción política obsesionado en triunfar sobre sus enemigos. ¿Prevalecerá este papel o recuperará un sentido de justicia acorde con su sensibilidad social y sentido de compasión? ¿Aflorará el líder que quiere ser recordado como un buen Presidente o dominará el hombre de poder concentrado en la discordia del día?