FIFA: homofobia y doble rasero
September 21, 2019 - por La Jornada.
La reiteración de cantos homofóbicos con que los aficionados presionan al arquero contrario cuando se dispone a despejar, y la prolongada lucha de la FIFA para obligar a la FMF a tomar cartas en el asunto (la primera ha impuesto 14 sanciones a la segunda) requieren un abordaje desde diversos ángulos.
En primer lugar, como ya se ha señalado en este espacio, la legislación mexicana vigente no sólo condena, sino que tipifica como delito el uso de palabras y frases discriminatorias con propósitos ofensivos, por lo que la presencia de la tristemente internacionalizada expresión ehhhh, ¡puto!
excede a la competencia de las federaciones deportivas y se instala en el ámbito legal. En este sentido, combatirla implica entender que la normalización de este tipo de frases genera un ambiente hostil en contra de personas y colectivos por su género, orientación sexual, nacionalidad, características físicas, religión o posturas políticas.
Una segunda consideración, no menor, es la que refiere a la autoridad moral de la FIFA para imponer su código ético a las federaciones nacionales. En efecto, durante el lustro pasado el órgano multinacional se vio envuelto en sucesivos escándalos de co-rrupción, a los que se les puso sordina con la dimisión de su ex presidente Joseph Blatter y con el inicio de procesos contra algunos de sus grandes jerarcas, pero sin mostrar voluntad para llegar al fondo de las prácticas y vicios que son terreno fértil para la podredumbre a escala personal e institucional.
A lo anterior debe sumarse un cuestionamiento acerca de si resulta justo castigar a las selecciones y los clubes por conductas que no son cometidas por ellos o sus representantes, sino por integrantes de la afición, con lo cual no se pretende que dichas instancias evadan sus responsabilidades, pero sí que éstas se determinen sin sesgos. En esto, la FIFA aplica de manera flagrante un doble rasero en contra de los clubes mexicanos y de la Selección Nacional, toda vez que pretende excluirlos de competiciones y circuitos por conductas de particulares, cuando los aficionados de otras latitudes cometen actos de violencia extrema dentro o en los alrededores de los estadios –casos de Argentina o Inglaterra– e incluso hacen gala de sus simpatías con el fascismo –como ha sucedido en Alemania– sin que se haga responsables a las instituciones por las culpas imputables a su afición.