CIUDAD DE MEXICO

Al parecer no existe tal “maquinaria priista” con control territorial. Era un mito urbano. Los dichos de café sobre la incredulidad de las encuestas porque del otro lado estaban los operadores priistas eran comunes. Se tenía fresco en la memoria la elección de estado del Edomex. Flotaba en el colectivo la idea de que Peña Nieto sabía perfectamente la operación que se necesitaba para llevar la metodología de Atlacomulco a la elección federal. Sin embargo, al parecer la pugna entre Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio fue determinante para no echar andar la famosísima operación priista. No ganaron nada.

José Antonio Meade no ganó en ninguno de los 300 distritos en el país. En cuanto al número de municipios ganados, López Obrador se lleva 80.2%; Anaya el 11.5% y Meade el 8.2%. El PRI no logró alcanzar ninguna diputación en Veracruz, cuna de la corrupción priista de este sexenio. Mientras que Morena obtuvo 21 de los 30 distritos en disputa. O, por ejemplo, el PRI perdió el municipio de Chilpancingo después de 85 años. Aires de cambio.

El PRI se queda sin nada. El dinosaurio está agonizando. ¿Será que esta vez sí lo matamos? ¿Se atreverá AMLO a esa operación?

Y cómo olvidar al otro gran perdedor: el PRD. En su esquina se lame las heridas sin rumbo ni liderazgo. El desastre en el partido es evidente desde hace tiempo. Esta elección solo vino a confirmar que de aquel PRD relevante para el ecosistema político ya prácticamente solo queda su memoria. Después de 21 años el PRD no solo pierde la Ciudad de México, sino que se asienta como la tercera fuerza política en la localidad.

Al parecer ese lejano 63% con el que llegó Miguel Ángel Mancera se esfumó después de una desastrosa administración del hoy senador por el PAN. Pero no termina ahí el desfondo, en Michoacán perdieron 30 de 49 alcaldías, en Morelos la administración de Graco Ramírez lo hizo tan mal que le allanó el camino para que el al cuestionado e inexperto político/futbolista Cuauhtémoc Blanco ganara con amplísimo margen. Qué decir del caso del perredista Arturo Núñez, gobernador de Tabasco que provocó que su rechazo fuese tal que el candidato de Morena le ganara con un 61.4%. El partido que una vez fue de izquierda perdió sus tres bastiones, Tabasco, Morelos y la Ciudad de México. Pese a no llegar al 3 por ciento que indica la ley, salvó su permanencia en el sistema partidista por las elecciones en el Senado y Diputados, donde obtuvo poco más de 5 por ciento, respectivamente. Es decir, el PRD comprobó que como gobierno son de lo peor que hay.

La crisis por la que atraviesa el PRD lo puso cerca de perder su registro a nivel nacional. Según Sinembargo.mx López Obrador lanzó una advertencia a los líderes del Sol Azteca: “se van a quedar en el cascarón”. El tiempo le ha dado la razón al tabasqueño.

La lección más importante y transcendental de esta elección es que nuestro voto cuenta. El castigo a los abusos de una clase gobernante fue claro y contundente. Con todas las imperfecciones y errores que tiene nuestra democracia, lo que orilló a la maquinara priista a no poder lograr una victoria fue la voluntad popular. Y eso de ninguna manera se debe de soslayar.

Ahora bien, la desilusión está asegurada. La realidad irrumpirá y está claro que el presidente no podrá darles gustos a todos. Algunos comulgarán más o menos con sus políticas, pero AMLO deberá maniobrar lo suficiente para poder alargar lo más que pueda la felicidad de ese 53% del electorado que le ha dado mayoría en todo el país. El aspirante de Morena obtuvo 24.1 millones de sufragios.

Con la ilusión de cambiar las cosas el electorado optó por darle un poder inmenso a AMLO y a su proyecto. Cierto nerviosismo se vive en la comentocracia al reconocer que se regresó al carro completo, es decir, el electorado le ha dado todas las piezas del tablero para que haga lo que tenga que hacer. Sube la responsabilidad de entregar resultados, claramente. El presidente electo ha dicho que no se moverá con la brújula de la prepotencia. Repite con insistencia que respetará y escuchará a todos los mexicanos. Me parece que son señales que dan tranquilidad al 47% que no votó por él.

Sin embargo, con el fenómeno AMLO llegan viejos y detestables personajes. Es decir, no todo es miel sobre hojuelas y en esos personajes puede comenzar la falla del nuevo gobierno. Y ahí, el desencanto también está asegurado.

AMLO ha dicho –y con razón- que lo que se logró el 1 de julio fue producto de una larga lucha donde líderes sociales y movimientos padecieron masacres, asesinatos y fraudes electorales. De la persecución de la izquierda a una presidencia con gran corte social.

El presidente electo promete una transformación “pacífica pero radical”. La violencia, desigualdad, corrupción y el nuevo orden mundial con Tump como factor son de las tareas en las que se espera que la administración entrante dé resultados pronto. El bono de credibilidad irá bajando, necesariamente, pero tenemos la oportunidad de cambiar al régimen sin violencia. Las resistencias serán enormes y el margen de error bastante pequeño. El ímpetu de cambio debe guiar la gestión presidencial a pesar de que las inercias busquen los cambios cosméticos.

Pero el voto del 1 de julio es un voto de esperanza. Tengamos paciencia, pero jamás debemos alejarnos del papel de crítica que tanto necesitará el nuevo gobierno.