El Gobierno de la 4T logró sortear por las justas su primer gran desafío. La aplicación de tarifas punitivas por parte de Donald Trump podrían haber sido un golpe de gracia a una economía que se muestra cada vez más frágil y vulnerable. Y no solo por el impacto directo del gravamen de 5 por ciento que entraría en vigor este lunes y escalaría en los siguientes meses, sino por la percepción de los mercados, inversionistas y calificadoras de la incapacidad del Gobierno para sortear la tormenta.Por el contrario, el acuerdo alcanzado este viernes no solo conjura en lo inmediato el estallido de la tempestad, también deja importantes lecciones esperanzadoras; López Obrador puede mostrar la necesaria flexibilidad para salir de la adversidad. Una flexibilidad que se pide a gritos en otros campos para evitar la polarización y el pesimismo que se extiende en algunos importantes ámbitos del país.

Lo que vimos en la negociación en Washington es la claudicación por parte de AMLO de la política, muchas veces reiterada, de permitir el paso indiscriminado de los centroamericanos por razones humanísticas, para comprometerse ahora a la estrategia opuesta consistente en hacer valer la ley e impedir el paso ilegal de los inmigrantes. Es evidente que no es una opción de su agrado, pero claramente favoreció razones de Estado que pasan por encima de sus inclinaciones personales.

En seis meses muchas cosas se han descompuesto; algunas inevitables en una transición de régimen como la que vivimos, toda vez que se está intentando poner un freno histórico al dispendio absurdo, a la corrupción, a la desigualdad y a la inseguridad pública. En el proceso se están afectando muchos intereses de todos aquellos que ya no ordeñarán al Estado: empresarios acostumbrados a vivir del erario, medios de comunicación y columnistas chupa sangres o sectores ilustrados mimados por becas y subsidios.

Pero muchos otros factores de polarización y riesgo que remiten a los modos y a un estilo presidencial. La caída en las perspectivas del PIB o la vulnerabilidad de la economía mexicana que hoy ensombrece las perspectivas, tienen que ver con decisiones que bien pudieron haberse evitado o matizado, sin comprometer los objetivos más que legítimos del ideario lopezobradorista.

Las draconianas políticas de austeridad, por ejemplo, necesarias como son, tendría que haber sido aplicadas con más sensibilidad para con algunos sectores afectados. Así como Andrés Manuel ha dicho que la reforma educativa nació muerta por no haber incluido a los maestros en su concepción e implementación, la suspensión de recursos a rajatabla en multitud de programas e instituciones, sin escuchar a los responsables provocó una miríada de injusticias absurdas e imperdonables: desde el paciente que no pudo continuar sus quimioterapias hasta el científico que vio interrumpido un largo e importante proyecto de investigación. Bajo el principio de “cerramos el grifo y luego vemos el daño”, operado ciegamente desde Hacienda, el régimen generó descontento entre sus propios aliados y ofreció combustible inagotable a sus adversarios.

El NAIM es otro doloroso ejemplo. Las relaciones con la iniciativa privada hoy en día serían distintas, y probablemente también las perspectivas del PIB, si López Obrador no se hubiera empeñado en cancelar el aeropuerto de Texcoco. Desde luego había corrupción y malos manejos en la operación, pero podría haber optado por un saneamiento en las condiciones e incluso un recorte en la escala de la construcción. En su lugar decidió destruir el avance, de manera incomprensible para muchos, y convertir la polémica clausura en un diferendo muy costoso con un sector que necesitará como compañero de viaje. Considerando los duros contratiempos que afronta la administración pública, hoy cabría preguntarse dónde nos encontraríamos si no se hubieran invertido tan cuantiosos recursos políticos y financieros en esa batalla.

Este fin de semana el Gobierno está festejando un triunfo que en el fondo es un triunfo para todos los mexicanos, porque el daño de las tarifas impuestas, por no hablar de una confrontación abierta con el Gobierno de Estados Unidos, lo habríamos pagado todos. Siempre habrá adversarios que intentarán convertir en derrota lo que es un alivio; los mismos que deseaban que Trump aplicara las tarifas para que la tragedia resultante confirmara lo mal que nos encontramos, bajo el principio de hundir la balsa aunque ellos mismo vayan en ella, con tal de demostrar que López Obrador era un peligro para México. Imbéciles, pues.

López Obrador ha padecido seis duros meses de confrontación y desgaste, en parte instigado por su estilo provocador, pero hoy, por unos días u horas, gozará de lo más cercano a una tregua. Una buena oportunidad para extraer lecciones de cara a los siguientes 5 años y medio.

Y justo el difícil e improbable éxito en las negociaciones con Washington ofrece la pauta del camino a seguir. Se lograron porque aquí no imperaron los “me canso ganso”, “yo tengo otros datos” “lo que diga el pueblo”. Se impuso el jefe de Estado conciliador y realista, capaz de minimizar las diferencias con sus rivales, de buscar espacios de encuentro y tomar decisiones necesarias aún a pesar de sus inclinaciones personales. Si López Obrador tuvo la habilidad para negociar sus diferencias con Trump, una hazaña mundial por donde se le mire, no hay razón para que no lo consiga frente a los muchos adversarios que hoy obstaculizan su camino. Vale la pena, considerando las legítimas y necesarias metas que se ha planteado.

@jorgezepedap

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