Mallarmé revisitado: para leer en invierno
December 29, 2019 - por Julio Moguel/Aristegui Noticias.
Stephane Mallarmé.
I
Traducir a Stephane Mallarmé no es difícil: podría parecer más bien imposible. Pero uno se aferra a tomar el riesgo de buscar algún tipo de “transferencia”, en este caso del francés al español (o, si se me permite: del francés al mexicano), porque no es posible evitar, al leerlo, llegar a ese clímax de embriaguez positiva que permite la poesía desnuda, “pura” en el concepto de quienes ya han calificado su escritura, inclasificable para otros.
Paso pues al atrevimiento. Dejo la versión en francés para el lector que tenga la posibilidad del cotejo directo.
II
Brise marine
La chair est triste, hélas ! Et j’ai lu tous les livres.
Fuir! là-bas fuir ! Je sens que des oiseaux sont ivres
D’être parmi l’écume inconnue et les cieux !
Rien, ni les vieux jardins reflétés par les yeux
Ne retiendra ce cœur qui dans la mer se trempe
O nuits ! Ni la clarté déserte de ma lampe
Sur le vide papier que la blancheur défend
Et ni la jeune femme allaitant son enfant.
Je partirai ! Steamer balançant ta mâture,
Lève l’ancre pour une exotique nature !
Un Ennui, désolé par les cruels espoirs,
Croit encore à l’adieu suprême des mouchoirs !
Et, peut-être, les mâts, invitant les orages
Sont-ils de ceux qu’un vent penche sur les naufrages
Perdues, sans mâts, san mâts, ni fértiles îlots…
Mais, ô mon cœur, entend le chant des matelots !
Brisa marina
La carne es triste, ¡ay!, y yo he leído todos los libros.
¡Huir!, ¡Huir muy lejos! ¡Siento la embriaguez de los pájaros
al cruzar por los cielos y la desconocida espuma!
Nada, ni los viejos jardines que reflejan los ojos,
retendrá este corazón en el mar sumergido.
¡Oh, noches! Ni la claridad desierta de mi lámpara
sobre el vacío papel que la blancura cuida,
ni la joven mujer que a su hijo amamanta.
¡Yo partiré! Vapor que balanceas tu construcción arbórea,
¡leva el ancla hacia la tierra extraña!
¡Un Hastío, desolado por las crueles esperanzas,
cree aún en el supremo adiós de los pañuelos!
Y quizás los mástiles, invitando tormentas,
sean de esos que un viento inclina sobre los naufragios
perdidos, sin mástiles, sin mástiles, y sin fértiles islas…
¡Pero, oh mi corazón, oye el cantar de los marinos!
III
La primera frase del poema da, desde la arquitectura sin igual de Mallarmé, un salto que para el pensamiento occidental de la época en que se escribe resulta sencillamente incomprensible –o en extremo heterodoxa: la que va de la “carne” como representación de la vida o de lo vivo, o como la representación del YO que habla en el momento, a la experiencia acumulada de quien ya ha leído “todos los libros”.
Cualquiera pudiera decir en este caso que el tema de “la carne” tiene una inmediata relación con el discurso religioso. Pero colocarla en el contrapunto referido en una sola línea de apertura condensa el viaje de la universalidad de lo sensible de lo humano –en su condición más “biológica” y “prelógica”– con la particularidad de aquel que, después de una larguísima experiencia, es algo o mucho más que “simplemente humano”. El primero está conectado a un útero de inmanencias sin razones ni palabras; el segundo (que no es sino el primero “transformado”) ya es un ser particularizado por un medio cultural que lo construye (recordemos: “ha leído todos los libros”).
IV
El poema entra, en la circularidad que se proyecta, al deseo del YO del retorno imposible: ya no digamos volver a “la carne”, pero algo en todo caso que se acerque: Huir; simplemente huir hacia ese punto-mundo (“tierra extraña”) en el que aún no hay escritura que tomar o guión que seguir o dictar a cualquier otro humano que viva en el planeta. Las “crueles esperanzas” de esta huida libertaria se convierte en el hilo delgado que permite dar sensatez imaginaria a las palabras: porque “quizás” –y sólo en el “quizás” de esa locura– “los mástiles, invitando tormentas, sean de esos que el viento inclina sobre los naufragios perdidos, sin mástiles, sin mástiles, y sin fértiles islas…”
Mallarmé sigue aquí de alguna manera –acaso en forma expresamente calculada– a su maestro Baudelaire, quien escribe en el último poema de Las Flores del mal:
Mas viajeros realmente son sólo los que parten
por partir; corazones ligeros, como globos,
que de su fatalidad nunca se cansan,
y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡Adelante!
Aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes […]
(Fragmento del libro en preparación Los mil mundos de Mallarmé, que publicará Juan Pablos editor)