Si la visita a la Casa Blanca era para restablecer las relaciones podridas que dejaron Luis Videgaray y Enrique Peña Nieto, nadie en su sano juicio podría decir que fue un fracaso. Lo dirá si tiene otro interés; si es porque no quiere reconocerle un acierto a esta administración. Pero a los empresarios les fue bien: fue un esfuerzo para echarlos a andar en medio de la peor crisis de todos los tiempos con las oportunidades que plantea el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Al cuerpo diplomático mexicano le fue bien: la mayor potencia del mundo, que es dirigida por un tipo inestable y a veces incomprensible, aceptó una reunión sin exabruptos y sin sorpresas en una relación que es desigual. Al país le fue bien: superamos la vergüenza de las humillaciones que sufrió México cuando Peña fue recibido por Donald Trump; ese estar siempre parados en un hilo delgado; ese estar esperando a ver cómo amanecerá el personaje y qué sorpresas tiene con nosotros. ¿Migrantes? ¿Muro? Y más: las drogas, cómo quedamos con los demócratas, cómo hacerles cumplir con su promesa de invertir en el sur: todo eso quedó pendiente y más, claro, porque es una relación compleja. Pero si la visita a la Casa Blanca era para mejorar la relación entre estas dos naciones obligadas por la vecindad, creo que fue un éxito y nadie debería escatimarle a Andrés Manuel López Obrador el logro.

Que en el control de la pandemia vamos mal, pues vamos mal. Y no es sólo México: es casi todo el mundo. La OMS suele no personalizar sino hablar de regiones; y en la región habla claramente de problemas serios en Estados Unidos y Brasil. Pero la pandemia sigue y se ve lejos el momento en el que empiece a descender el número de casos y de muertos en México. Hugo López-Gatell puso fechas y metas y las ha venido recorriendo. Se aventuró a hablar sobre inmunidad de rebaño sin conocer los datos de ese virus en particular y se ha aferrado a la idea inicial, de que no eran necesarias las mascarillas. Pues sí. Posiblemente la virología sea una disciplina exacta pero las políticas públicas no: dependen del comportamiento del grupo al que van dirigidas. Si nos vale padre seguir recomendaciones, nos vale: y allí están las consecuencias. López-Gatell ha equivocado al comprometerse pero también nos hemos equivocado los que no seguimos las recomendaciones. Vaya a la calle. Vea. Miles y miles no se ponen mascarilla; miles y miles no usan careta y no guardan distancia y no es porque no se les ha dicho hasta el cansancio que se cuiden. Pero si la idea era mantener los hospitales con camas disponibles, así ha sido: en el momento de mayor estrés en el sistema hospitalario la ocupación estuvo al 82 por ciento en la capital mexicana (nunca subió a ese nivel en el país) y luego se corrigió. López-Gatell se ha equivocado. Decir que López Obrador “no es una fuerza de contagio, sino una fuerza moral” fue una tontería. Su activismo no debió meterse en asuntos de la salud pública. Y tampoco debió calcular muertos: para qué. Hay aciertos y hay errores. Y tratar de castigar el esfuerzo hecho por todo el sistema de salud, o ver sólo las buenas cosas, es cosa de fanáticos. Hay que ver lo que es: este no es un país para ciegos. Los que son voluntariamente ciegos hacen daño. Hay que ver y el que vea, que entienda.

La economía venía cayendo. Sí, comparado con lo que vino después, 2019 es un paraíso pero la economía venía perdiendo impulso. Desde Peña, pero se acentuó la caída con las decisiones que se tomaron en el nuevo Gobierno. Hay que decirlo como es. Y hay que explicarlo, también: que se estaba apostando a cambiar el paradigma; que los empresarios resintieron el cambio de rumbo: no más darles dinero, no más perdonarles impuestos, no más apapachos a los que siempre ganan: era momento de empezar a repartirle a los de abajo. Lo dice ahora la Unión Europea; España y Estados Unidos fueron los primeros en implementar los apoyos directos a las familias, hoy, en medio de la crisis. Claro, en 2019 los empresarios se dieron cuenta que venía en serio el cambio de rumbo, que ya se les había dado mucho, a carretadas y durante décadas, y que se empezaría a cumplir lo que López Obrador repite y repite y repite (y vaya que repite las cosas) desde al menos el año 2000: que llegaba el tiempo de los pobres. Sí, no íbamos bien en 2019 porque se estaba cambiando de paradigma. Y si no pregúntenle a Carlos Urzúa: renunció porque se quedó detenido. Y si se detiene un engrane en una maquinaria que se está moviendo, los otros engranes le vuelan los dientes. Eso le pasó a Urzúa. Sí, 2019 fue difícil porque se tomaron decisiones que no gustaron. Pues sí, a quién le gusta pagar impuestos; a quién le gusta dejar de ser el consentido del Estado; a quién le gusta que les canceles los negocios redondos que no reditúan a los demás. A quién le gusta que le cierren las válvulas del dinero gratis. Sí, la economía caía en 2019 y era previsible. Ahora hay que ver hacia adelante: este no es un país para ciegos, no podemos darnos ese lujo de ser ciegos con 53 millones de pobres, más los que vienen. Hay que ver hacia lo que viene y reclamar que empiecen a detonarse oportunidades y que esto se empiece a mover. Pero ver las cosas como son, sin apasionamientos. Las urgencias de este país no nos dan permiso para hacernos los ciegos.

Sí, la violencia. Sí, que se esté apostando a hidrocarburos y que no se esté (desde el Gobierno) planeando un futuro de energías verdes. Sí, la ciencia, la academia, las artes, la cultura. Sí, todo lo demás que vemos y que no nos gusta. Pero este no puede ser un país para ciegos; este no es un país para ciegos: necesitamos correr, no, correr no: volar. Ya, tenemos una emergencia encima. Veamos las cosas como son y no en un contraluz; no de acuerdo a cómo acomoda a nuestros intereses. Necesitamos ver con claridad y ayudar en las tareas de reconstrucción. Necesitamos ver hacia adelante y empujar. Este no es un país para ciegos: no podemos darnos ese gusto; no podemos atorarnos, detenernos, aferrarnos a llorar por lo que no somos y ver hacia dónde queremos ir. Hacia adelante, si es que queremos que esto funcione. Hacia adelante todos, empezando con los que detentan el poder. Los corruptos a la cárcel, los mediocres a su casa, los amargados a rumiar en su habitación. El fanatismo oscurece la vista: todos a ver, y a llamar cada cosa por lo que es. Llamémosla por lo que es. Sólo con los ojos bien abiertos podremos ver si la noche es oscura y si es oscura, quién se esconde en el callejón. Este no es un país para entrecerrar los ojos y ver lo que nos conviene ver. Y tampoco es un país para ciegos.