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Rosario Ibarra, por los caminos de la patria mexicana/escribe Elena Poniatowska

October 15, 2019 - por

Rosario Ibarra, por los caminos de la patria mexicana/escribe Elena Poniatowska

Rosario Ibarra de Piedra. Foto José Carlo González / Archivo

CIUDAD DE MEXICO

De 75 galardonados a la Medalla Belisario Domínguez, sólo ocho son mujeres: la primera en ganarlo fue la maestra Rosaura Zapata, premiada junto con Erasmo Castellanos Quinto en 1954, a quien siguieron María Tereza Montoya; María Hernández Zarco; María Cámara Vales, viuda de Pino Suárez; María Lavalle Urbina; Griselda Álvarez Ponce de León; Julia Carabias Lillo, y ahora Rosario Ibarra de Piedra. Como dice Gabriel Guerra Castellanos, hijo de otra Rosario, la Castellanos, quien también debió ganar la presea, la distinción concedida a Rosario Ibarra de Piedra es una noticia que llena el alma.

En la manifestación para protestar por el nombramiento de Gustavo Díaz Ordaz como embajador de México en España, el 17 de abril de 1977 (coreábamos: Al pueblo de España / no le manden esa araña), una mujer pequeña, más bien joven, con abundante cabellera tirando al rojizo, se me acercó sonriendo:

–Tengo un hijo desaparecido.

–¿Desde el 68? –pregunté.

–No, después.

Desde 1974 había empezado su largo peregrinar buscando a su muchacho: Jesús Piedra Ibarra (Chucho), desaparecido a los 21 años. Rosario, quien vivía en Monterrey, atendía a su esposo, el doctor Piedra Rosales, y a sus tres hijos. Se vino a la Ciudad de México porque le dijeron que habían visto a Chucho en el campo militar número uno, muy golpeado, pero vivo, acusado de peligroso guerrillero de la Liga Comunista 23 de septiembre y de participar en el asesinato de don Eugenio Garza Sada en 1974. Nunca fue juzgado, nunca logró verlo su madre, simplemente desapareció.

Rosario alquiló un departamento rascuachito y cubrió sus muros de carteles y fotografías amplificadas de muchachos desaparecidos, letreros de Se buscan y de Libertad Presos Políticos, mantas enrolladas y volantes apilados. Dejó de abordar su Galaxie, como hacía en Monterrey, para esperar el camión en la esquina, o el taxi, lo primero que llegara (muchos taxistas se negaban a llevarla por temor a represalias), y se convirtió en una extraordinaria luchadora por los derechos humanos al grado de que Fernando Gutiérrez Barrios le dijo en Gobernación: Señora, es usted la dama más tenaz que he conocido. Doña Rosario se lanzó por los caminos de la patria, por las brechas más pedregosas, por las antesalas de funcionarios más que indiferentes, por las cárceles clandestinas sin más apoyo que su fuerza de voluntad y la generosidad que la caracteriza, y con su Comité Eureka, conformado por otras doñas con hijos desaparecidos, logró encontrar a 150 víctimas de las 500 denunciadas, pero no a su hijo Jesús, aunque le avisaban: Lo vimos en tal campo de concentraciónSu muchacho está en VeracruzBúsquelo en Zacatecas. Delgada, ágil, de movimientos rápidos y llenos de destreza, en su rostro se delineó muy pronto su determinación, ya que se enfrentó durante años a torturadores, a policías, a políticos, a simuladores.

Rosario vivía bien; manejaba su coche, salía cada año de vacaciones con su esposo el doctor Piedra Rosales y sus cuatro hijos; montaba a caballo en un club hípico, como Emilito Azcárraga. El día en que Jesús Piedra Ibarra de-sapareció, acusado de participar en el asalto y asesinato en Monterrey de don Eugenio Garza Sada, en 1974, la vida de Rosario dio un giro de 180 grados.

Pequeña, delgada, pulcra, con una foto de su hijo Jesús en un medallón sobre su pecho, organizó huelgas, mítines y marchas; denunció la desaparición de su hijo y reunió a muchas madres en su misma situación. Oradora nata, su voz fuerte, convincente, fue capaz de conmover. Fundó el Comité Eureka de madres de desaparecidos, que se atrevió a hacer una huelga de hambre en el atrio de la Catedral Metropolitana a unos pasos de Palacio Nacional, en 1974.

Años más tarde, tras participar en muchas luchas, aceptó ser candidata a la Presidencia por un partido de oposición, el PRT, no por afán de sobresalir, sino porque ya no podía parar. La desa-parición de su hijo la incendió. Ardió. Toda la noche ardió como lámpara votiva. Nunca he visto a un ser tan absolutamente trabajado por el sufrimiento como Rosario, pero trabajado en el sentido de haberla pulido hasta ser casi puro espíritu, pura fuerza de voluntad. Rosario, deshijada, deshojada de Jesús, se hizo a sí misma con la dura materia del ausente: la soledad, la desesperación, el amanecer sin nadie, las antesalas que terminan a las 12 de la noche, cuando ya el señor secretario escapó por su elevador privado, el cierre de todo. ¿Y ahora, cómo me voy? ¿En qué? La pretensión de querer abordar al señor Presidente entre guaruras y walkie-talkies, pisotones y el empujón definitivo: Hágase a un lado, señora, muévase, en fin, todo el aplastante costal de maltratos que Rosario transformó en lucha cotidiana, en mítines de denuncia en el Zócalo, en la calle, en los mercados y hasta en una candidatura por el PRT a la Presidencia de la República, en la que se lanzó a denunciar injusticias en todo el país.

Camino muchísimo, me gusta, no necesito dormir más de cinco o seis horas; no, no me canso. Como candidata del PRT a la Presidencia en 1982, como diputada, también por el PRT, Rosario recorrió todos los barrios de México, entabló relaciones con colonos de Durango, Monterrey, Guadalajara, y habló frente a masas de desempleados amontonados en los cinturones de miseria de las grandes capitales. “Son muchos hombres y mujeres que huyen del campo porque no tienen cómo vivir, y se arriman a la ciudad, donde les va muy mal; son paracaidistas, levantan su casa, fea, sucia, frágil, pero techo al fin. En Guadalajara me impresionó Cartolandia, en León visite El Guaje, en Acapulco, El Renacimiento. ¡Es el horror! Mucha gente vive de la basura, y los recogedores protestan porque se las entregan esculcada; hombres aún más pobres se adelantan a los camioneros y la pepenan al amanecer. Este es el México bronco, el que come tortilla y café negro”.

Rosario adquirió una enorme experiencia en labores comunitarias y logró ligar a Eureka a organizaciones internacionales en París, Nueva York, Ginebra, La Haya. Es de toda justicia que 95 senadores hayan votado para que esta extraordinaria mujer reciba la medalla Belisario Domínguez el próximo 23 de octubre.

A Cuauhtémoc Cárdenas, quien siempre apoyó a doña Rosario.