Sería interesante ver qué libro escribiría ahora porque ciertamente la vida le dio otra oportunidad por la vía del PRI, que la encumbró a ministro de Estado. El primer fracaso solo significó su destierro político y el encarcelamiento de su entonces amante; ahora enfrenta ella misma la posibilidad de pasar algún tiempo tras las rejas.

La de Robles termina siendo una historia triste. Desde luego ella es la primera responsable de las tragedias que se ha echado encima, pero en los dos casos da la sensación que está expiando, además de las suyas, las culpas de otros. Quizá no anda tan errado López Obrador cuando dice que la mujer es un chivo expiatorio, lo cual no significa que sea inocente sino que está pagando por sus culpas pero también por las de muchos otros que deberían estar en la picota.

Supongo que Rosario Robles no es una persona a la que le falte el dinero. Ha pasado por muchos lugares en donde los recursos se desparramaban generosamente. Pero todo indica que, a diferencia de muchos de sus colegas en el poder, no ha sido la ambición económica el motor de sus afanes y desvelos. No es el caso de Emilio Lozoya, el otro pez gordo de la administración peñanietista al que se la han fincado responsabilidades; a él y a sus familiares les han encontrado cuentas multi millonarias. Hasta donde se ha documentado, la Estafa Maestra en la que habría participado Robles fue un mecanismo diseñado para generar recursos ilegales destinados a las campañas del PRI. En otras palabras, ella está en la cárcel presumiblemente por haber participado en un esquema para escamotear dinero destinado a otros, no a sí misma. Insisto, no estoy afirmando que sea pobre ni honesta; solo digo que la razón por la cual ahora está en prisión tiene que ver con el excesivo celo para cumplir un mandato emitido en otro lado (recuérdese que están involucradas once dependencias en la Estafa Maestra, aunque parecería que las más empeñosas fueron justamente las dos secretarías encabezadas por ella).

Lo cual nos regresa a lo que sucedió hace quince años. Rosario Robles fue execrada de la izquierda cuando se supieron los pecados de su protegido y amante. Ahumada corrompió políticos y funcionarios del PRD, los grabó incriminándolos y luego los difundió. Por omisión o comisión, Robles fue responsabilizada políticamente y echada del paraíso; terminó pagando una terrible factura, pese a lo cual nunca recriminó a Ahumada. Este, por el contrario, le dio la espalda a la primera oportunidad, pidió perdón a su esposa y se fue a Argentina tan pronto fue liberado.

Guardadas las diferencias, Robles está dando vueltas a la misma noria. Volvió a inventarse con el PRI, se hizo útil y acabó siendo más papista que el Papa. Quizá se sentía en deuda con Peña Nieto que la rescató del olvido o simplemente está acostumbrada a hacer la tarea con más ahínco que sus colegas, incluyendo, al parecer, el trabajo sucio. Hoy está siendo traicionada por arriba y por abajo. Sus subordinados están negociando pactos a cambio de salvar el pellejo y ninguno de los de arriba ha salido en su defensa.

Cuando la primeras investigaciones se hicieron públicas, todavía durante el Gobierno de Peña Nieto, el Presidente salió a arroparla y le aseguró que no había nada de que preocuparse. Pero ahora que alguien debe pagar por la Estafa Maestra, los priistas ven su marcha al cadalso con alivio: paga por todos y ni siquiera es uno de ellos.

Algo volvió hacer mal Rosario, porque el colofón de su libro de 2005 sigue siendo hoy su mejor argumento: “Soy una mujer como todas, que se enamora, que tiene afectos y desapegos, soy una mujer que ha puesto el corazón en todo. Eso a veces es bueno, a veces no. Pero al igual que todos, exijo que se me juzgue por mis actos. Por mis hechos. No por los de los demás”. Que pudiera volver a decirlo hoy significa que, en efecto, Robles puso, otra vez, el corazón en el lugar equivocado.

@jorgezepedap

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