A los opositores de López Obrador no les va a gustar esta argumentación, pero tampoco le va a gustar a sus simpatizantes que les diga…

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Las únicas encuestas disponibles dicen que la aceptación de López Obrador ha crecido en últimos meses, los más complicados de México desde que se tenga memoria. ¿A qué podemos atribuirlo? A una mezcla de factores que consolidan, diría, en uno: la fuerte ruptura con la élite y, al mismo tiempo, la atención centrada en las bases ciudadanas y (por lo tanto) electorales. Atención en todos los sentidos. Y para quien considera la mañanera un show (es sin duda un acto propagandístico), debería analizarla más en serio. Es un espacio desde donde se arenga, pero más allá, es desde donde se tiene contacto directo con las masas. Es un mitin con algunas preguntas y respuestas al final. Un mitin por Youtube y, como son los mítines, en vivo. De lunes a viernes. Algo habrán de aprender políticos, gobiernos y partidos si son inteligentes. Deberán analizar más a fondo la mañanera, independientemente de que en su ADN esté descalificar cualquier cosa que el Presidente haga.

Los hechos: hasta septiembre pasado, con 21 meses en el cargo, López Obrador era el segundo Presidente mejor calificado de los últimos cinco, con 59 puntos porcentuales, de acuerdo con el ponderado de encuestas (poll of polls) de Oráculus. A esas alturas, también en septiembre pero de 2008, Felipe Calderón tenía 62 por ciento. Hacia abajo están Vicente Fox, luego Ernesto Zedillo y Enrique Peña ya estaba en el sótano y de allí no saldría o, más bien, de allí lo que siguió fue el abismo. Los niveles de aceptación del actual Presidente no son extraordinarios; no anda por las nubes. Pero son altos, sin duda, por el momento en el que pasan México y el mundo. Es probable que Donald Trump pierda este martes por la pandemia y la economía –claramente ser racista, clasista, mentiroso y abusador de mujeres y minorías no lo desplomó– mientras que estos meses le han significado a López Obrador ganar y, por lo tanto, arrastrar a mejor posición a ese desmadre llamado Morena.

¿Es la economía? En parte. Sí, y no. Se va recuperando pero no a ritmos espectaculares. El PIB cayó 8.6 por ciento entre julio y septiembre con respecto al mismo periodo de 2019, aunque en ese trimestre tuvo una recuperación de 12 puntos frente a los tres meses previos, los peores de la pandemia. Se perdieron un millón de empleos formales y se han recuperado 400 mil. Nada espectacular, como digo.

Peeero, las remesas de los paisanos crecieron y las exportaciones levantaron por la reactivación temprana de los negocios en Estados Unidos. A eso hay que sumarle las ayudas directas del Gobierno a las familias más afligidas, en forma de becas y pensiones. Los empresarios pidieron (casi por inercia), y no se les dio un peso. Todo el recurso fue para los estratos bajos. Y eso tiene consecuencias y explica, de alguna manera, por qué no se ha sentido impacto en el apoyo popular y, además, en las finanzas. Digo, hasta donde cabe, que estamos en una crisis de dimensiones históricas.

Vea lo que pasa en el mundo. La deuda global se fue al techo. El endeudamiento igualará este año, por primera vez en la historia, el tamaño de la economía mundial, según el Fondo de Monetario Internacional. El gasto público y el desplome de los ingresos tributarios elevaron la deuda pública mundial a un máximo histórico: más del 100 por ciento del PIB. Vea España: 95.5 por ciento de la deuda como proporción del PIB al cierre de 2019, y brincará al 123 por ciento en 2020. España repartió dinero entre los empresarios y según el FMI es “la economía desarrollada más golpeada por la crisis”.

¿Y México? Hace unos días, el FMI dijo que aumentará su deuda en proporción de su PIB a 65.54 por ciento. La expectativa de abril era de 61.3 por ciento y Hacienda espera 54.7 por ciento para 2020 y 53.7 por ciento para 2021. Sí, nos salimos de los primeros pronósticos pero no nos fuimos al techo. Vea Japón: la deuda se irá a 266 por ciento como proporción del PIB; vea Grecia, 205 por ciento; Italia, 161 por ciento; Portugal, 137 por ciento; Singapur, 131 por ciento; Estados Unidos, 131 por ciento. Vea Brasil: se espera que la deuda llegue al 101.4 por ciento.

¿Es el manejo de la pandemia lo que da esos márgenes de aceptación a AMLO? No, y sí. La terquedad de López-Gatell con el uso de las mascarillas, la falta de pruebas y su apuesta inicial a la inmunidad de rebaño han causado daño pero, ¿cuál estrategia ha funcionado? ¿Cuál país podemos poner de ejemplo? Ninguno. Entonces lo único que nos queda es esperar a los números finales; a las muertes atribuibles a la COVID. Sin embargo, la economía se ha abierto poco a poco y la gente no ha perdido libertades civiles, a pesar de que democracias más robustas como la francesa o la británica han impuesto toques de queda desesperados por el fracaso en la contención del virus. Por eso digo no, y sí: ya llegará la hora de medir la estrategia de López-Gatell y no es ahora; mientras, la gente no está padeciendo a las policías, que se habrían vuelto contra la población civil en cuanto se les diera el permiso, como pasó en Jalisco con Enrique Alfaro.

López Obrador, decía, ha crecido en últimos meses. ¿A qué podemos atribuirlo? A una mezcla de factores que consolidan en uno: la ruptura con la élite y la atención en las bases ciudadanas. El discurso contra la prensa, las élites y la corrupción tienen su recompensa, pero no sólo es el discurso. Cuando Carlos Salazar Lomelí fue a la oficina presidencial a pedir dinero para los empresarios (es el líder del Consejo Coordinador Empresarial), López Obrador le dijo que no y lo mandó de regreso con dos listas: en una le enumeró los daños causados por el Fobaproa a generaciones de mexicanos; y en otra estaban los corporativos, nacionales y extranjeros, que le debían al SAT. Cóbreles, le dijo, usted que es el líder de ésos. Y las empresas empezaron a pagar y, ¿sabe qué?, la recaudación de México en 2020 no se cayó a los niveles de casi todo el mundo porque la contracción en las tributaciones se compensó con lo que adeudaban los gigantes y fueron  pagando. Y así, la gente recibió su parte, sin necesidad de pedir prestado.

A los opositores de López Obrador no les va a gustar esta argumentación, pero tampoco le va a gustar a sus simpatizantes que les diga que los niveles de aceptación son poca cosa para lo que viene. Porque de que viene, viene: el próximo año será muy difícil para la economía; habrá turbulencia política porque es año electoral y también habrá más datos para medir la respuesta del Gobierno a la pandemia. El Presidente deberá ahondar aún más su apuesta por los más desprotegidos y eso pasa por una primera cosa: generar empleo. Y luego cumplir con las dos grandes promesas pendientes de su administración: acabar con la impunidad para pacificar al país, e ir por los corruptos. Es ambos rubros estamos atorados. Y en 2021 estaremos en el año tres de una administración de seis.

Las únicas encuestas disponibles dicen que la aceptación de López Obrador ha crecido en últimos meses, los más complicados de México. Pero el Presidente está parado en tierras movedizas. Se necesitará más, mostrar más, empeñarse más y ahora sí dar esos golpes espectaculares que dice no desear pero que son efectivos, si se quiere administrar con buen margen de gobernabilidad un país en serios aprietos.

*Alejandro Páez Varela es periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx