CIUDAD DE MEXICO

El 20 de noviembre, último corte al momento de hacer esta columna, murieron en México 719 personas por COVID, más que en cualquier otra nación del mundo en esas 24 horas. Eso tendría que decirnos algo. Somos ya el país número cuatro en materia de fallecimientos por la pandemia. Una y otra vez el Gobierno se ha defendido señalando que es un dato engañoso porque en proporción al tamaño de la población muchos otros países tienen peores registros. Y era cierto; ya no. La última vez que escribí al respecto México ocupaba el lugar número 16; en este momento estamos ya en el décimo sitio y en cuestión de semanas escalaremos al sexto.

Incriminar a López-Gatell, responsable de combatir la epidemia de COVID, por razones ideológicas disfrazadas de seudo información sería reprobable e irresponsable. Las ganas de descalificar al Gobierno se han convertido en un linchamiento permanente. Pero defenderlo a brazo partido por razones ideológicas sin tomarse la molestia de confrontar los datos porque son de mala leche o amarillistas, se vuelve igualmente irresponsable e incluso criminal.

Hay cosas que el Gobierno de López Obrador está haciendo en la dirección correcta, pero el combate a la pandemia no es una de ellas, punto. El riesgo de sostener a raja tabla las directrices del Dr. Gatell (como lo llama la opinión pública) para no concederle la razón a los adversarios de AMLO, puede costar más muertes de las que irremediablemente se llevará este flagelo, por no hablar del daño que le está causando a su propio Gobierno.

Si queremos ser honestos, México sale bastante mal parado. En todo el mundo el número de fallecidos por COVID-19 están subrepresentados en los registros oficiales, pero en nuestro caso este subregistro es aún mayor porque somos una de las naciones que menos pruebas hacemos a población abierta, lo cual significa que muchas personas fallecen por este padecimiento sin haber sido detectadas. En México la subrepresentación alcanzaría el 100 por ciento, considerando que los decesos de este año superan en 217 mil la tendencia de la mortalidad demográfica que se habría presentado en un año sin COVID. En otras palabras, el doble de lo que reportan las autoridades. En resumen y por donde se le vea: No, México no lo está haciendo nada bien en materia de combate a la pandemia.

¿Cuánto de esto es culpa de López-Gatell? Por un lado, hay muchos factores que no son su responsabilidad; achacárselos obedece, en efecto, a la mala fe o a una ignorancia supina. Gatell no generó los altos niveles de obesidad y diabetes, ni el calamitoso estado de la infraestructura de salud en México. Tampoco es culpa suya que nuestros hábitos de comportamiento social y la debilidad del Estado impidan políticas severas de confinamiento, como se aplicaron en Europa o Asia. Lo he dicho en otra ocasión, en un país en que la autoridad no puede impedir que sus ciudadanos se maten a razón de 100 por día es pedir demasiado que mantenga en sus casas a 124 millones de personas. No puede acribillarse a la 4T por no ser Suiza o por no asumir políticas públicas que solo allá podrían ponerse en práctica. Con López-Gatell o sin él, nuestro país era el escenario para una tormenta perfecta en esta pandemia.

¿Significa eso que el subsecretario de Salud es ajeno a los terribles números que hoy padecemos? No. No es necesario ser un epidemiólogo para darse cuenta de que México decidió operar a contrapelo de lo que fueron criterios aplicados en la mayoría de los otros 150 países. La única ventaja de que se trate de un fenómeno mundial, es que hay mucha evidencia de lo que sirvió y no sirvió. Y en eso López-Gatell no sale bien librado. Al margen de simpatías políticas, los muertos nos duelen a todos sin importar ideologías.

Por un lado, está el tema de los cubrebocas que siempre ha sido desdeñado. Es cierto que en la primavera la comunidad científica estaba dividida sobre su importancia. La propia Organización Mundial de la Salud afirmó en febrero que no tenía evidencias categóricas de que fueran un factor significativo. Pero al paso del tiempo tanto la OMS como la evidencia empírica modificaron esta argumentación hasta generar un consenso universal, excepto en México. El Dr. Gatell simple y sencillamente no quiso dar su brazo a torcer. Tuvo que aceptar que una persona contagiada reduce la dispersión del germen si tiene cubrebocas, pero siempre insistía, para minimizar su importancia, que ponérselo ayudaba poco a una persona sana. Pero incluso así, de lo que se trata es de que los contagiados no propaguen la enfermedad, ¿o no? Por lo demás, la evidencia de los países asiáticos, o los estudios de dispersión de gérmenes realizados en laboratorios, dejaron en claro que el tapabocas ayudaba a reducir el porcentaje de nuevos enfermos.

Segundo, México es uno de los países en los que menos pruebas se hacen porque así lo decidió López-Gatell. Bastaba, dijo, con su método centinela (especie de encuesta) pero la escala del fenómeno obligó a abandonarlo. Eso no significó que Gatell rectificara, a pesar de que las pruebas fueron claves en todos los países en los que se logró detectar y reducir brotes de contagio. AMLO se hace una prueba cada martes “para no contagiar a otros” en caso de portar el virus, lo cual es correcto. Pero ese principio vale también para el resto de los mexicanos. ¿Cuántos enfermos podrían haberse evitado si todos hubiésemos tenido acceso a las pruebas que sí tuvieron funcionarios y diputados?

Ahora se acerca el tema de las vacunas, que por alguna razón tampoco son del agrado del Dr. Gatell a juzgar por las continuas objeciones que ha expresado a muchas de ellas o a su reticencia a ofrecer un plan de vacunación, como el que muchos países ya han establecido.

No creo que se trate de un problema de soberbia, o no exclusivamente. Parecería, más bien, que en el ánimo de Gatell sigue pesando la idea de que la única solución definitiva es la inmunidad rebaño (que se alcanzaría cuando cerca del 60 por ciento de la población haya sido infectada). Probablemente al principio en Palacio se veía con buenos ojos esta tesis, asumiendo que se llegaría a esta meta con un costo menor. Pero hoy está claro que no es así. El Presidente entiende que el costo político y económico de un año más de muertes y atonía terminaría por descarrilar a la 4T. Lo cual nos lleva a una pregunta de fondo: ¿Qué hará el Gobierno con Gatell?

Me temo que nada; hacerlo a un lado significaría reconocer errores que costaron vidas. Solo espero que no se le permita, como fue en el caso del cubrebocas o las pruebas, obstaculizar el programa de vacunación masivo y acelerado que nos permita salir de esta crisis y regresar a los tiempos en los que no teníamos que hablar de Gatell.