La vida de Christopher Lloyd Dennis, o mejor dicho lo poco que sabemos de la vida de Christopher Lloyd Dennis, recuerda más a la amarga balada de Arthur Fleck, el payaso profesional sin oportunidades, sin opciones, el juguete roto de Joaquin Phoenix en Joker, que a la vertiginosa sucesión de sacrificios luminosos de Clark Kent. Aunque, al igual que Kent, Christopher eligió ser un héroe de asfalto en lugar de un asesino de gatillo fácil. Las personas reales, al final, tienen opciones que no tienen los personajes de ficción.

Christopher Dennis se plantaba a diario unas horas a los pies del Grauman’s Chinese Theatre en el 6925 de Hollywood Boulevard, en Los Angeles, California, con su aspecto famélico y su traje brillante de licra con rodales de sudor en las axilas y se tranformaba en Superman a cambio de un dólar, a veces dos. Otra veces se quedaba en una esquina de la plaza del Teatro Chino dibujando en un cuadernos de anillas desvencijadas y hojas amarillentas. Imaginaba a lápiz sobre el papel fantásticas aventuras del héroe de Krypton, sin que nadie le reconociera más allá de los actores callejeros que se meten en la piel de Hulk, Wonder Woman, del Joker (el Joker pre-Joaquin Phoenix, que todo hay que decirlo) que le saludaban con ligeros movimientos de cabeza sin salirse de sus personajes.

Christopher Dennis murió solo, en la calle, después de vivir sin techo tres años.

Dennis sabía, obviamente, que no era Superman. Al menos lo supo un tiempo. Lo supo durante las décadas que dio vida al personaje en la calle. Y luego, un buen día, se le olvidó. Aunque se lo recordaban a golpes por la noche, a él se le olvidaba a la mañana siguiente.

Pero vayamos al principio. Hay un gran espacio en blanco en la vida de Christopher Dennis. Nació y, zas, de repente tenía 27 años. El aseguraba que era hijo de la actriz Sandy Dennis, sí, la misma Sandy Dennis que consiguió el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto por ¿Quién teme a Virginia Woolf?, la misma Sandy Dennis que junto a Jack Lemmon deslumbró en Los encantos de la gran ciudad, la misma Sandy Dennis que, aseguró en vida, nunca había tenido hijos. Así que solo podemos hablar de Christopher Dennis después de convertirse en Superman, no antes.

La idea de transformarse en el héroe de DC y Warner Bros (de ponerse un disfraz y salir a la calle a pedir limosna ataviado con el uniforme del héroe) no la tiene él, la tienen los clientes del restaurante en el que trabajaba de camarero mientras trataba de hacerse un hueco como actor en series de televisión de segunda división. ¿Te has dado cuenta de cuánto te pareces a Christopher Reeve?, le decían. Así que la culpa se puede repartir en un 80% a favor de los comensales y un 20% a favor de Dennis. A Dennis le hacía gracia, le adulaba, pero no le daba más importancia.

Hasta que un día se lo dijeron en el set de rodaje de esas series de medio pelo en la que había conseguido un papel como secundario en un par de episodios. No te lo vas a creer: de periodista. Al llegar le tenían preparado un sombrero de fieltro, gafas y un traje gris. ¡Boom! ¡El look completo de Clark Kent! Eso sí que es una casualidad. Así que se vistió y todo el mundo empezó a decirle que se parecía taaaaanto a Christopher Reeve que parecía mentira. Así que un día para agasajar a estos aduladores se compró una camiseta azul con el símbolo de Superman. Uno de los tipos de producción de la serie le preguntó durante el rodaje si llevaba la camiseta debajo. ¡Menuda pregunta! Pues claro que la llevaba debajo. Se desabrochó unos botones de la camisa… y ahí empezó todo. En ese preciso instante de polvo de magnesio. ¿Puedo hacer una foto? Pues claro.

Dennis iba, sin suerte, de audición en audición y en el restaurante de mala muerte en el que trabajaba no había nadie para cubrir su turno cada vez que lo necesitaba. Así que tuvo que tomar una decisión. Y así fue como decidió vestirse de Superman, ganar algo de dinero posando junto a los turistas y esperar pacientemente a que un día llegara la oportunidad que estaba seguro que merecía.

Pero tampoco es que Dennis no se hubiera dado cuenta del parecido. En una de las pocas entrevistas que concedió en vida llegó a decir:

Me parezco mucho a Christopher Reeve, y mi nombre es Christopher, y los dos tenemos exactamente la misma altura, y Christopher Reeve, cuando consiguió el papel de Superman pesaba exactamente lo mismo que yo. Tengo muchas conexiones con el personaje. Mi fecha de nacimiento es el aniversario de la fecha de fallecimiento de George Reeves. Simplemente sentí, con todas estas similitudes, me imaginé … ¿qué mejor persona para interpretar a Superman que alguien que tiene todas estas conexiones? Y además de eso, soy un ávido coleccionista y amo a Superman. Siento que una persona que va a estar retratando a Superman, o al Increíble Hulk, o cualquiera de estos personajes … tiene que conocer su personaje. Tienen que saber la historia, el origen.

El primer traje con el que salió a Hollywood Boulevard era casero. Primero consiguió hacerse con un maillot azul de una única pieza, y luego compró un pantalón corto rojo en una tienda de ropa para bailarines de esas para artistas que saben que nunca van a llegar a ninguna parte. En una tienda de zapatos de segunda mano para mujeres de Los Angeles encontró las botas rojas. Era imposible encontrar unas similares para hombre. Aunque también era difícil encontrar un 45 para mujer. Y no la encontró así que se tuvo que conformar con unas botas tres tallas menores. Sus pies de geisha acababan ensangrentados, deformes, al final de cada jornada.

Superman Hollywood callejero Christopher Dennis
David McNew

Luego, según cuenta, porque de su vida solo se sabe lo que él ha querido contar en las escasas entrevistas que concedió, todas ellas siempre envueltas en un velo de ilusión, entre ellas un documental que puedes encontrar en YouTube, consiguió reunir suficiente dinero como para comprar uno de los disfraces de Christopher Reeve. O eso dice. Aunque no era ese el que lucía por Hollywood Boulevard. Ese le guardaba a buen recaudo en su tráiler, en las afueras de Los Angeles en un barrio de mala muerte. Lucía uno tuneado porque, claro, si llevaba uno igual al ‘real’ nadie distinguiría al Superman real del ficticio que posaba delante del Teatro Chino como en un ballroom. El amarillo era más amarillo, el granate era menos rojo y el azul era un azul aburrido. Sus botas, aseguraba, las había hecho a medida el mismo tipo que había fabricado las botas del Superman televisivo, de George Reeves. Le costaron casi 900 dólares de hace treinta años.

Pero, claro, ese dinero, obviamente, no se gana en la calle. Dennis, un personaje popular de Los Angeles, hacía pequeños cameos pagados en el Daily Show, en el Tonight Show y en Jimmy Kimmel Live. También contaron con él para la promoción de la película Superman Returns (aunque en realidad ganó un concurso de cosplay para fans, él creía que contaban con él).

Antes de que se le acabara la suerte, fue el protagonista de un documental, Confesiones de un superhéroe, sobre la vida de héroes de acera como Dennis. El documental llegó a estrenarse en el festival de cine South by Southwest, pero no tuvo ni mucha suerte, ni mucha repercusión.

Confesiones de un superhéroe documental
Hunting Lane Films

Y también se casó. Nada menos que en Metrópolis, Illinois. Con anillos con el heraldo de Superman, debajo de la estatua de Superman, como quien se casa en Las Vegas. Bonnie, su novia, llevaba un gran velo con una S enorme bordada. Fue el 11 de junio de 2006. La pareja malvivía entrampada con equilibrismos imposibles realizados inconscientemente con sus tarjetas de crédito y el poco dinero que Dennis ganaba con sus breves cameos en televisión.

Hasta que un día dejaron de llamarle.

Y luego el dinero se acabó. Dennis consiguió alargar la ilusión poco tiempo más; tuvo que vender alguna de las piezas más valiosas de memorabilia de Superman que había conseguido reunir con los años. Y así, sin dinero, endeudado, le quitaron su casa (los equilibrismos crediticios tenían fecha de caducidad, obviamente). Y Bonnie desapareció. Y en 2016 terminó en la calle. Una noche otro vagabundo le apaleo con un viejo palo de golf y le robó el último disfraz que le quedaba de Superman. Se mudó a los pies de una farola enfrente del Teatro Chino, atrincherándose de la mala suerte con cartones y ahí estuvo ocho meses. Hasta que la caridad le ayudó a reunir el dinero suficiente para conseguir un traje nuevo. Decía que necesitaba 1.000 dólares y que le dieron 8.000 dólares. Hasta ese punto, decía, era convincente su Superman.

Y el traje fue acumulando mugre mientras Dennis seguía fotografiándose a cambio de un dólar en Hollywood Boulevard. Hasta que un día desapareció. Y luego su cadáver encontró descanso entre las ropas desechadas de un contenedor del Valle de San Fernando. Y al morir él también murió Superman.