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¡Vivos se los llevaron! Una novela gráfica narra la noche del 26 de septiembre en Iguala

November 29, 2019 - por

¡Vivos se los llevaron! Una novela gráfica narra la noche del 26 de septiembre en Iguala

Ciudad de México, 29 de noviembre (SinEmbargo).- Estas páginas ilustradas arden con las balas disparadas a los estudiantes, con el estallido de las bombas molotov lanzadas al Palacio de Gobierno guerrerense y con las llamas que destruyen las boletas de los partidos políticos, indiferentes ante este suceso trágico que inspiró a miles de personas a adoptar a los 43 jóvenes como sus propios hijos y a exigir su presencia con vida.

El libro narra esta desaparición masiva desde las entrañas de Guerrero, las historias de los estudiantes que esquivaron los disparos en los ataques y la angustia de familiares cercanos y amigos de los desaparecidos que abandonaron sus casas y trabajos para dedicar sus días a buscarlos. Pasan los años y la sociedad indignada, en calles, escuelas y plazas, con padres, madres y sobrevivientes mantienen la consigna: ¡VIVOS SE LOS LLEVARON! ¡VIVOS LOS QUEREMOS!

A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de la novela gráfica Vivos se los llevaron: Buscando a los 43 de Ayotzinapa, realizada por Andalusia K. Soloff, Marco Parra y Anahí H. Galaviz. Cortesía otorgada bajo el permiso de Penguin Random House.

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PRÓLOGO

Durante la presentación del primer avance de este libro, un señor nos preguntó por qué no habíamos dibujado a los estudiantes de Ayotzinapa y a las familias de los 43 desaparecidos como superhéroes. Yo le respondí que sí lo habíamos hecho, que en la historia aparecían retratados como superhéroes, sólo que eran héroes verdaderos, y no por carecer de capas, ni ser capaces de volar significaba que no lo fueran.

Vivos se los llevaron: buscando a los 43 de Ayotzinapa, no es el típico cómic de fantasía, en sus páginas se cuenta una historia trágica y surreal donde la realidad supera dolorosamente a la ficción. El libro narra la historia de los estudiantes que tuvieron que esquivar las balas de los múltiples ataques de las fuerzas de seguridad mexicanas y, en un acto indignante que marca con sangre la historia del México contemporáneo, cómo 43 seres humanos desaparecieron de un momento a otro.

Derivando en el sufrimiento, la rabia e inconformidad de los padres y las madres quienes a partir de esa noche fatal iniciaron su recorrido en este país en busca de sus hijos, cavando más allá de la tierra, en los anales del olvido, ante la impunidad lacerante del gobierno mexicano que insiste en decirles que sus hijos fueron reducidos a cenizas.

Estas familias sí poseen súper poderes, poderes reales, uno en específico al que nombramos matapatía: el poder de tocar las fibras de una nación que estaba rendida a su condición escalofriante de violencia diaria, para decir, a raíz de la desaparición de estos jóvenes, de forma solidaria y en todos los estratos de la sociedad: “¡Ya basta!” Pues lo que pasó con sus hijos fue la gota que derramó el vaso.

Siguiendo su ejemplo, la gente dejó de ser apática, salió a las calles a marchar, a colgar mantas en las escuelas preguntando: “¿Dónde están?”, a organizar conciertos y obras de teatro para exigir la presentación con vida de los estudiantes, a pintar murales con los rostros de los desaparecidos y escribir en ellos y en las bardas la demanda de presentación de los estudiantes, incluso a interrumpir eventos oficiales con el grito: “¡Vivos los queremos!”

Los 43 muchachos fueron adoptados por una nación como si fueran sus propios hijos. Y no sólo una nación, las familias también lograron despertar la solidaridad en varios puntos del mundo: en Estados Unidos, Argentina, Francia, España, India, Corea del Sur…

Yo descubrí estos superpoderes durante los meses que conviví con los padres, madres y estudiantes de Ayotzinapa, quienes han dejado todo a un lado para dedicar sus días a la búsqueda de sus hijos y a vivir de tiempo completo en la escuela, pues los salones donde estudiaban los 43 fueron convertidos en recámaras, la cancha de basquetbol en un comedor y el auditorio en una sala de reuniones para planear sus movilizaciones.

La desaparición forzada desgarra a los familiares de las víctimas y los llena de angustia. Antes de comer se preguntan: “¿Estará comiendo mi hijo?” A la hora de dormir el dolor crece: “¿Mi hijo… estará durmiendo?” Viven en la incertidumbre constante de no saber dónde están sus muchachos, también con la inmensa preocupación de desconocer qué pasará en sus hogares, quién cuidará sus vacas, su milpa… y quiénes están cuidando a sus otros hijos mientras ellos viven en la escuela.

Los otros normalistas, supervivientes de aquella noche triste de septiembre, saludan con cariño a los padres y madres de los desaparecidos, llamándoles tío y tía. Saben que en caso de haber sido ellos las víctimas, sus padres estarían en ese lugar, sentados en la cancha, ojeando páginas de periódicos que hablan de detenidos, políticos corruptos y fosas. Y mientras los estudiantes conviven, los padres y madres los ven e imaginan que son sus hijos ya de regreso.

Como periodista independiente, hice decenas de reportajes, videos, artículos y entrevistas para medios internacionales sobre Ayotzinapa, pero sentí que ni un solo testimonio o documento alcanzó para explicar esta realidad compleja. Un colega fotógrafo me impulsó a hacer un proyecto más personal, no uno que captara los intereses de los medios, sino uno enfocado en las emociones de las familias, el sentido de la ausencia de los 43 muchachos y la esencia del estado combativo de Guerrero.

Así nació esta novela gráfica que documenta el viaje emocional de las familias que pasaron de ser personas en situación de marginación, a encabezar la lucha de una nación en busca de sus hijos. En estas páginas se sigue el camino de María de Jesús Tlatempa, una mamá de Tixtla, quien pasó de ser comerciante y ama de casa, a una luchadora social en búsqueda de justicia; el de Margarito Guerrero, un campesino del pueblo mezcalero Omeapa, quien sólo quiso apoyar a su hijo para que estudiara y ahora exige al gobierno que les digan la verdad.

Los dibujos también te llevarán por el camino de Ernesto Guerrero, un joven de Tixtla y de Uriel Solís, de Tecoanapa, dos hijos de campesinos quienes soñaban ser maestros y tuvieron que abandonar sus estudios para dedicarse a buscar a sus compañeros, arrancados de sus vidas en el ataque en Iguala.

El libro se acerca al paisaje guerrerense, a sus montañas verdes, al sabor del chilate y del mezcal de nanche, al olor del rocío matutino en Ayotzinapa, a la camaradería de los jóvenes y de los pueblos que llevan décadas luchando contra el sistema. Este libro viaja a lugares que ni siquiera aparecen en google maps, a sitios donde no hay señal telefónica y las noticias corren de boca en boca.

También en estas páginas se viaja al interior del palacio del entonces presidente de México, al que no le importó buscar las 43 vidas; a las carreteras de la Costa Chica, donde pobladores detienen la caravana de las familias para abrazarlas y a las casas humildes donde el cuarto del joven desaparecido sigue exactamente como él lo dejó.

Cada personaje, objeto y paisaje dibujado en el libro está basado en más de 80 entrevistas que realicé, en imágenes recopiladas en decenas de viajes a Guerrero y en informes publicados por grupos de derechos humanos que han investigado el caso, y otros trabajos periodísticos. Así, sabemos qué armas de fuego utilizó la policía durante la fatídica noche, qué tipo de maíz cultiva don Benito, qué material se usó para elaborar los huaraches de Uriel…

Si es difícil entrevistar a víctimas de violencia, lo es más cuando el propósito es una novela gráfica documental. Ernesto me contó cómo vio a su amigo Aldo caer frente a él, después de recibir una bala en la cabeza y cómo tuvo que ir a declarar frente al fiscal, quien lo acusó de ¡haber atacado a los policías que balearon a Aldo! En esa conversación le pregunté cuántos años tenía el fiscal, si era gordo, flaco, si tenía bigote. Estos detalles pueden parecer absurdos cuando estás hablando con alguien que apenas sobrevivió en esa noche de terror, pero son preguntas necesarias si quieres que tus imágenes sean lo más apegadas a la realidad.

Todos los hechos en el libro fueron documentados y comprobados, también se presentan de acuerdo con lo que vivieron los personajes y periodistas en esos días. Algunas entrevistas han sido adaptadas con el fin de apoyar el flujo narrativo pero sin cambiar su contenido periodístico. Cada ilustración de este libro está realizada a mano por Marco Parra y entintada, también a mano, por Anahí H. Galaviz.

Originalmente este trabajo estaba pensando para una audiencia internacional, para personas en Estados Unidos quienes habían aprendido del conflicto en Palestina por el libro de Joe Sacco o gente de Francia que supo de la revolución iraní por Marjane Satrapi, creadora de Persépolis.

Fue hasta que imprimí un capítulo y le di una copia a doña Minerva Bello, mamá del estudiante desaparecido Everardo Rodríguez, y después de comentarme que le gustó mucho porque sólo había estudiado hasta la secundaria y le costaba mucho leer textos, que los dibujos le ayudaban a entender la historia; me di cuenta de que este libro sí tenía audiencia en México, aun en lugares donde el analfabetismo prevalece y el internet no ha llegado. Doña Minerva, lamentablemente, falleció; la angustia venció su cuerpo, pero su aprecio por la narrativa gráfica siempre quedará grabada en mi mente, el compartir con ella los inicios de este proyecto, en gran parte, es resultado de que esta obra esté en tus manos.

Hasta la salida de este libro, finales de 2019, aún no se sabe nada del paradero de los 43. Sus padres y madres siguen exigiendo que sus hijos regresen a casa y se detenga la implacable desaparición forzada de las personas.

Andalusia K. Soloff Ciudad de México, 2019