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De libros y bodas

October 17, 2022 - por

De libros y bodas

Monterrey, NL.

El jueves acudí a la presentación del último libro de Ramiro Padilla Atondo, “Cartas a un facho”. Fue en un bar del centro. Y sólo acudimos un puñado de seguidores. Estamos hablando de alguien que, cuando invita por sus redes sociales a actos similares en lugares como Iztapalapa, reúne no menos de 50 a 70 personas. Pero aquí en Monterrey éramos un puñado.
Él comenta que no es algo que le extrañé en esta ciudad. La verdad, a mí sí. No solo me extraña. Me preocupa. Porque ya cuando alguien de la talla de Ramiro invita a presentar un libro, y solo acudimos unas cuantas personas, lo que significa lo anterior es más que inquietante.
A Ramiro le simpatizo por una “cualidad” que tengo: que hago enojar a muchos. Le comentó que solo doy datos. Si a muchos no le gustan los datos que doy, los invito a que presenten sus propios datos. Si solo dan insultos, y no argumentos, sé que no habrá mucho que discutir.
Dentro de lo que mencionó Ramiro, estuvo una anécdota donde comenta que fue invitado a una cena con un empresario en la CDMX. Le tocó ir a una casa de alrededor de 60 millones de pesos. Y fue escuchar cómo se quejaban del actual gobierno de dicha ciudad, porque ahora las obras realmente las someten a concurso, y ya no se asignan por el “moche” o el “contacto”.
El punto que quería dejar claro aquí Ramiro era el cómo, aún siendo de izquierda, tenemos contacto con gente que no piensa igual que nosotros, pero que, de cualquier manera, sigue siendo amigo de nosotros.
Al otro día mi esposa y un servidor salimos con rumbo a Parras de la Fuente, Coahuila. Un pueblo que no conocía, pero que me gustó sobremanera. Fuimos a una boda. Una boda de tal naturaleza, que hasta había funcionarios del actual gobierno del estado (Nuevo León), solo para que se den una idea.
Mi esposa inició amistad con la madre de la novia, y de ese grupo de amigas los esposos tuvimos que hacer también lazos. De hecho, el padre de la novia se dedica a una empresa de seguridad, es proveedor del estado de Nuevo León, y, en su momento, le advirtió a mi esposa que yo me arriesgaba mucho cuando inicié las movilizaciones para exigir que a los médicos no nos secuestrarán, allá por 2012. No dudo ni un momento que él haya intervenido para que yo tuviera resguardo policial afuera de mi residencia en aquellos días.
Pero con el tiempo hicimos muy buena amistad, y aquí seguimos. Somos 5 parejas, y debo reconocer algo muy importante: platicamos de nuestras vidas laborales (la mitad del grupo somos jubilados, y yo soy el único médico).
Platicamos de futbol (estoy al pendiente de la semifinal, que puede ser entre los dos equipos de la ciudad de Monterrey). Y platicamos de vinos, sobre todo donde conseguir ciertas marcas y lo que habíamos pensado de ciertas catas.
Pero no platicamos de política, en los más mínimo. Y no es que ellos no sepan mi preferencia política. Simplemente, aunque no la comparten, como buenos amigos, la respetan. Porque eso es lo que hacen los amigos de verdad: respetar tu preferencia, y no solo política, de cualquier tipo.
Así que estos días descanse de la política. Porque era a lo que todos íbamos a la boda: a descansar, y a celebrar.
Hubo algo que me sucedió, que me dejo pensativo. Al momento de la eucaristía, percibí que una boda, o un bautizo, o la celebración de una graduación, es un momento de esperanza. Ya que significa el inició de algo nuevo, que puede significar algo mejor que lo que había antes.
Es un hecho que nos hace recordar que los humanos no nos damos por vencidos, y seguimos tratando de superarnos. Y nada mejor para esa superación, para esa esperanza, que el inició de una nueva vida, o el inicio de tu vida profesional o matrimonial.
Sé que estas palabras no serán nuevas para algunos. Sé que, de hecho, debo de haberlas escuchado en algún momento en el pasado. Pero no las escuché en este momento en particular, solo me vinieron. Y me conmovieron, al punto que lloré en la boda. Sí ¡lloré! Y, eso me dejo pensativo, hasta preocupado. Porque cualquiera que me conozca, sabrá que solía ser un “robot”. Pero, o el “robot” se está volviendo blandengue con la edad, o, simplemente, se está volviendo humano.
Y es que antes, las tradiciones las tomaba como algo que debía hacerse, sin cuestionar. Estudiar, casarte, trabajar: tenías que prepararte para eso, y lo demás ya vendría por añadidura. Pero me volví padre, me volví científico, y, peor: me volví escritor. Así que empecé a cuestionar todo lo que antes daba por hecho que tenía que hacerse.
Tal vez haya tardado más en darme cuenta de algo tan evidente para celebrar como lo anterior, por estar siempre analizando todo. Tal vez, sea el hecho de que ahora tengo hijos, y soy tío de muchos sobrinos carnales y no carnales, pero que, igual, son familia. O tal vez sea la edad.
Pero también me di cuenta de algo: yo soy un hombre que ya tiene su vida hecha. Hice lo que tenía que hacer en su momento, mal o bien, y ya hasta me jubilé. Pero los muchachos tienen toda su vida por delante. Y si no ayudo a dejarles un mejor camino, no creo que mi misión en este mundo vaya a estar completa.
Por eso, no me molesta si hago enojar a muchos, como mi buen amigo Ramiro Padilla me dice. Si lo hago, es porque apoyo cambios que, aunque a muchos no les puede parecer que sean parte de la “tradición”, y hasta atenté contra sistemas de vida como la de muchos que acudieron a la boda; para otros, puede significar no algo de diferencia, sino toda la diferencia.
Como, por ejemplo: ya se despenalizó el acto médico, algo que se buscó con las movilizaciones que ayudé a organizar posterior a las movilizaciones para cuidar la integridad de los médicos. Y fue logrado gracias a una iniciativa que propuso el gobierno en turno, para contrarrestar la penalización que dejaron los gobiernos previos.
Así que, por lo pronto, a todos los hijos de mis compañeros y/o familiares que estudien medicina, los vamos a dejar con un sistema donde no tengan que temer pisar la cárcel solo por hacer su trabajo. Y eso a mí me da mucha satisfacción.
Sí, seguiré conviviendo con muchos amigos y familiares que son “fifís”, y que no tienen reparos en demostrarlo. Y seguirán buscando a su “oveja negra”, un servidor, aunque no estemos de acuerdo en la forma en la cual se deben de hacer las cosas en este país.
Pero mientras no discutamos, podremos celebrar todo lo que se tiene, y debe, celebrar en esta vida. Como una boda.
Y ya si no estás de acuerdo conmigo, pues tendré que compartirte datos e información. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué te enojes conmigo?
Hubo algo que comentamos en la mesa donde estábamos ese grupo de amigos. El alto costo de la vivienda actual. Todos tenemos hijos en edad casadera. Aunque todos los ahí reunidos tenemos medios y solvencia, no faltó quien preguntó: ¿Dónde van a vivir nuestros hijos?
Yo no quise molestarlos diciéndoles que, afortunadamente, yo no tengo ese dilema. Porque, en su momento, mi esposa y yo decidimos comprar otra casa, en lugar de un quinta o un rancho. Una casa que ya está pagada, y que es hasta más grande que donde habito. Solo que está en el municipio de Escobedo, por lo cual decidimos seguir viviendo en Monterrey. Pero mi hijo, ya tiene casa donde iniciar su vida (espero, matrimonial).
Nada mal para un “comunista” como yo, como muchos me catalogan ¿verdad?
Pero, en fin: no puedo obligar a toda la gente a pensar como yo, pero sí puedo defender mi actuar y mi pensar con argumentos. Igual, mientras yo vea que mi metodología me sigue funcionando, la seguiré. Si veo que esa misma metodología se puede hacer extensiva para ayudar a los demás, votaré por eso.
Si los demás quieren seguir apoyando a los que te persiguen en lo laboral, y que quitan oportunidades a nuestros hijos de un buen trabajo y una mejor vivienda, y olvidan el bien común, pues: yo solo demostraré el error de tal actuar. Con datos. No con mentiras, ni calumnias. Solo datos. Y que el grueso de la población decida.
Pero que eso no nos divida, menos, en los momentos de celebración. No vale la pena.